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“Los crímenes de lesa humanidad han dejado abiertas las heridas”

Conversación con Rogelio Poncel, sacerdote ex guerrillero de la guerra civil salvadoreña

(publicada en El País, el 12 de diciembre de 2007)

JUAN JOSÉ DALTON - San Salvador - 12/12/2007

Es belga de nacimiento, alto de estatura y de tez muy blanca, aunque cuando se emociona casi toda la sangre del cuerpo se le sube al rostro. Habla el español-salvadoreño a la perfección y dice que, después de tantos años y “tantas cosas vividas y sufridas” en El Salvador, no hay quien se atreva a señalarlo como extranjero. El sacerdote diocesano Rogelio Poncel (Bruselas, 1934) fue uno de los curas que acompañó a la guerrilla durante la guerra civil salvadoreña. Esquirlas de bombas arrojadas por aviones y tiros “enemigos” le sonaron muy de cerca. Por eso dice: “Me alegro de estar vivo y de poder contar parte de una historia que no debemos olvidar. Dios me quiere mucho para tenerme vivo”.

Poncel llegó a El Salvador hace más de 35 años. Llegó a estas tierras sin hablar español, pero hoy los campesinos le entienden todo porque habla y pronuncia el mismo lenguaje, además de hacer compartido con ellos una y mil vicisitudes. “Desde que mataron al padre jesuita Rutilio Grande en 1977, estuve en todos los entierros de todos los mártires de la Iglesia: los padres Navarro y Ortiz; las monjas Maryknoll y monseñor Óscar Romero... Pero en estos días estamos conmemorando 26 años de la masacre de El Mozote, un acto bárbaro que sufrí de cerca”, dice el cura Poncel a EL PAÍS.

Pregunta. ¿Qué fue exactamente El Mozote? ¿Cómo lo recuerda?

Respuesta. A nosotros [la guerrilla] nos avisaron con anticipación de un operativo militar contrainsurgente y que teníamos que emprender la guinda huida]; pasamos por El Mozote y les dijimos a los pobladores que abandonaran el lugar porque sospechábamos de algo grave. Pero la población decía que se quedaba en sus casas, cuidando sus pertenencias. Llegamos hasta un lugar conocido como Tortolico, a la orilla del río Torola, en el norte de Morazán y por radio nos avisaron de que los soldados estaban matando a todos los pobladores. Era muy triste... Muchos de los combatientes tenían ahí a sus familiares.

P. ¿Qué recuerda de su regreso al lugar?

R. La matanza fue entre el 11 y el 13 de diciembre [de 1981]. Allí asesinaron de la manera más cruel a más de 1.000 campesinos de todas las edades. Hay más de 800 personas identificadas, pero mataron familias enteras. Violaron niñas y mujeres; a los niños y bebés los encerraron en el convento, los ametrallaron y luego incendiaron el lugar; quemaron la iglesia. Era la estrategia de guerra que se basa en aquello de quitarle el agua al pez: el agua es la población; el pez, la guerrilla.

P. ¿Cómo se sintió usted?

R. Fue algo terrible. Sentí rabia, indignación, cólera... Sentí tristeza. Yo conocía a toda esa gente. Allí llegaba a dar misa y sentía alegría. Era una gente muy buena y solidaria. Me daban ganas de tomar las armas, pero los compañeros me decían: aquí hay muchos combatientes y pocos sacerdotes. Fue terrible... Yo venía de Bélgica, donde en una ocasión la policía mató sin querer a un manifestante y el Gobierno se cayó. Pero aquí en horas barrieron las vidas de miles de personas; fue cruel aquello.

P. Usted sigue de párroco en el norte de Morazán. ¿Qué dice la gente sobre El Mozote?

R. Hay gente que quiere justicia, que se castigue a los autores de la masacre; se trata de la gente más consciente y clara. Pero otros se preguntan por qué hablar tanto todavía sobre esto. Lo entiendo, porque la gente necesita seguir viviendo.

P. Y usted, como sacerdote y testigo de aquello, ¿qué cree que debe ocurrir?

R. Tenemos que seguir insistiendo en que debe haber justicia. Fue un crimen horrendo y de tal envergadura que no admite que nos saltemos los pasos necesarios para poder llegar al perdón y la reconciliación. Eso será saludable para El Salvador, porque aquí los crímenes de lesa humanidad han dejado abiertas las heridas.

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