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Grup de Solidaritat Jon Cortina

Rutilio el Grande

Rutilio el Grande

(publicat al Diario Colatino, 11-03-2008 i fotografia de M. Antònia Cuscó)

José M Tojeira

El 12 de este mes se conmemora el 31 aniversario de su muerte.

Alguna gente sencilla, no acostumbrada al patronímico Grande, al recordar a este buen jesuita, suele poner el artículo antes del apellido.

Y porque dice una realidad, queremos titular así este escrito.

Al final quién es grande o pequeño en nuestra historia salvadoreña no se escribe con dinero ni mucho menos con fuerza bruta.

La grandeza se escribe con el corazón, con los sentimientos y con un pensamiento en el que hay coherencia entre lo que se piensa y lo que se hace.
           
Al propio Rutilio le molestaría que le llamaran grande, con la equivalencia de hacedor de historia y constructor de futuro.

Era un hombre sencillo y que conocía muy bien sus insuficiencias y sus debilidades.

Pero precisamente por eso, y porque simultáneamente era un hombre de fe, sabía bien que el Señor puede hacer maravillas en la humildad de sus seguidores.

Y que la grandeza de ánimo, esa capacidad de tomar grandes decisiones en las que se implican la vida, la libertad, el amor y la solidaridad, es un patrimonio que corresponde con mayor frecuencia a quienes parten del reconocimiento de sus propias limitaciones.

La riqueza suele dar prepotencia, la sencillez generosidad.
           
Y efectivamente Rutilio fue un hombre ganado por la generosidad del Evangelio y deseoso de contagiar esa misma generosidad a sus hermanos y hermanas.

De hecho lo mataron cuando iba a dar los últimos sacramentos a una persona pobre en un catón. Solidario con los enfermos, con los pobres y con quienes padecían cualquier tipo de injusticia.

Su muerte nos descubre, año con año, lo terrible de nuestra propia historia y, simultáneamente, el derroche de bondad y trabajo que tantos hombres y mujeres buenos le han dejado como herencia a El Salvador.

Lo asesinaron miembros de la Guardia Nacional conocidos en Aguilares, hubo sobrevivientes del asesinato que conocían a los victimarios, pero ni siquiera se llegó a abrir el caso realmente.

Nadie investigó, nadie le dio seguimiento al homicidio. La impunidad era una plaga que golpeaba a demasiada gente y Rutilio se unió también a las víctimas que ni siquiera eran reconocidas como tales por el Estado.
           
Pero al mismo tiempo su muerte fue testimonio luminoso de la fuerza del Evangelio. Un hombre con debilidades que a la luz del espíritu de servicio que nace del Evangelio se entregó a la tarea de hacer conscientes de su dignidad cristiana a los miembros de su parroquia.

Dignidad de seres libres que deben buscar el bien, la justicia, el desarrollo, el respeto a sus propios derechos.

Un sacerdote que inició un proceso de formación, muy vinculado a la religiosidad popular y al modo de ser salvadoreño, que se convirtió en un modelo de evangelización ejemplar.

Evangelio de Jesucristo, realidad local y nacional, cambio social desde los valores más hondos de la Buena Nueva, fueron los elementos de aquel ver, juzgar y actuar que la Iglesia proponía en Medellín como elementos básicos de la Evangelización y que hoy siguen proponiendo nuestros obispos en Aparecida, con las observaciones que la experiencia ha ido dándonos.
           

Rutilio sigue, en ese sentido, siendo un hombre actual.

Su tiempo era distinto al nuestro, pero la impunidad y la injusticia siguen presentes con diferentes rostros y estilos.

Su vida y su muerte nos siguen diciendo que la realidad solamente se cambia con una generosidad radical como actitud personal.

Con solidaridad paciente y persistente con el mundo de los pobres.

Con diálogo permanente con los menos favorecidos y con estudio y reflexión sobre las causas de la pobreza y la injusticia. Y con propuestas organizativas en las que la gente asuma su papel protagónico en la lucha por el desarrollo, descubra al fuerza de su propia conciencia y asuma su plena dignidad de ser humano.
           
Recordar a Rutilio es recordar el único modo de hacer historia que lleva a El Salvador hacia lo positivo. Los intereses individuales exacerbados, la ambición de poder, el lujo y el exhibicionismo de la riqueza pueden crear mundos esplendorosos.

Pero son burbujas brillantes en medio de situaciones inhumanas. Rutilio, y por eso lo recordamos, marcó otra ruta.

La de la conciencia, el testimonio y la entrega generosa y solidaria de su vida al servicio de los demás. En el corrido que sus feligreses compusieron tras su muerte se dice: Ahí donde tu caíste - ahí dejamos tu cruz - que no es sólo de madera - sino que es también de luz. Bellas palabras de la fe popular que la historia reciente sigue confirmando.

La Guardia Nacional pasó a la historia salvadoreña como una institución violadora de los derechos de la gente a la que sólo conviene recordar para evitar su repetición.

Rutilio queda como luz, como ejemplo de generosidad, como signo vivo de ese amor cristiano a los más pobres sin el cual nunca habrá desarrollo ni humano ni verdadero.

Porque no es desarrollo verdadero el que necesita crear bolsas de pobreza para que una minoría viva bien.

¿Rutilio Grande? Sí, el mismo al que los campesinos en algún momento llamaron también, y con razón, Rutilio el Grande.

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