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Grup de Solidaritat Jon Cortina

El Salvador hoy, compromiso y esperanza

El Salvador hoy, compromiso y esperanza

La noticia que conmovió y unió a todo Guarjila

La noticia que conmovió y unió a todo Guarjila

Elsy Mabel Rivera

El P. Jon Cortina, S.J era el corazón de Guarjila. Era ese motor que hacía que cuando te estabas apagando tuvieras vida. Era esa persona que a pesar de una y mil cosas que tuviera que hacer, siempre tenía tiempo para escucharte. Pero, ¿qué pasa cuando te enteras, de una manera inesperada, que esa persona, que  ha estado contigo en las buenas y en las malas, está entre la vida y la muerte?

La entrevista

Jueves 24 de noviembre de 2005. Era uno de esos días de finales de ciclo en la universidad. El sol empezaba a ocultarse poco a poco entre los edificios y los árboles de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA). Subí a prisa, sin detenerme, por las gradas escondidas del edificio antiguo de Ingeniería hasta llegar a la tercera planta. En la entrada frente a una computadora, en un escritorio lleno de papeles, lapiceros y cuadernos estaba Gloria Ávila, la secretaria, quien hacía una llamada por teléfono y lloraba sin parar.

Los sollozos y las palabras entrecortadas eran más claras que lo que trataba de explicar.  No sabía qué hacer. Si irme o esperar a que terminara de hablar para preguntarle qué le pasaba. Me quedé. Colgó el teléfono. Me vio con sus ojos llorosos y me dijo: “¡Mabelita!, el padre Jon está muy grave. Hoy tuvo un derrame cerebral en Guatemala. Y está hospitalizado allá”.

Un sudor frío corrió por mi cuerpo. Mi corazón empezó a palpitar a mil por hora. Me temblaban las manos y el cuerpo.  Las palabras se me fueron de la boca y las lágrimas sin parar empezaron a brotar de mis ojos. Salí corriendo sin decir media palabra. No podía creer lo que había escuchado.

Bajé rápidamente aquellas gradas y me fui a refugiar a la capilla para suplicarle a Dios, Monseñor Romero y sus compañeros jesuitas que le devolvieran la salud. Lloré ahí hasta que se hizo de  noche. Un nudo en la garganta me ahogaba. No sabía qué hacer. Me sentía sola, quería estar en Guarjila, Chalatenango, con la gente de mi comunidad.  Aquel hombre que se estaba muriendo era para mí como mi papá.

El Padre Jon Cortina había llegado a Guarjila en septiembre de 1988, cuando apenas yo tenía dos años de vida. Desde entonces quiso quedarse ahí para acompañar a la gente no sólo en su proceso espiritual, sino también en su organización, en sus luchas, esperanzas y sueños. Se quedó para escuchar, consolar y curar las heridas de la guerra, así como para aprender a vivir de la pobreza misma.

Y me vio crecer, soñar y jugar; compartió mis triunfos y fracasos. Supo escucharme, aconsejarme y darme cariño cuando más lo necesitaba. Para muchos niños y niñas huérfanos por la guerra, como yo, fue el mejor papá.

Esa tarde había ido a buscarlo a su oficina para hacerle una entrevista. Para ese tiempo cursaba la materia de Redacción II con el Lic. Manuel Velasco y como trabajo final debíamos hacer una revista dedicada a la memoria de los jesuitas asesinado en la UCA, el 16 noviembre de 1989. El Padre Jon Cortina, S.J. era una de mis fuentes. Era uno de los sobrevivientes de aquel hecho que marcó la historia de El Salvador y que compartiría esa tarde lo que había significado para él aquella masacre. Y cómo la gente de Guarjila, por su cariño y habiéndose encontrado trabajando con ellos, lo libró de ese día.

Así lo habíamos acordado aquel 20 de noviembre, último día en el que lo vi cuando viajamos juntos de Guarjila hacia San Salvador. Él último día también que compartió la eucaristía con sus queridos guarjileños y que ellos lo vieron por última vez.

La última misa en Guarjila

Era el día de Cristo Rey: un domingo 20 de noviembre de 2005. Esa mañana el sol había despertado resplandeciente, el cielo estaba despejado y cubría con su azul perfecto a los más de mil 700 habitantes del cantón Guarjila, a ocho kilómetros al nororiente de Chalatenango y como a 78 kilómetros de San salvador.

A las 10 de la mañana, el P. Jon Cortina como todos los domingos, se disponía a celebrar la Santa Misa en una capillita de lámina, la que él consideraba su catedral. Un lugar sencillo, pero acogedor, rodeado por palos finos, colocado verticalmente y cubierto por una tela ciclón. Los asientos, unas cómodas y finas varas de bambú que eran ocupados por sus campesinos y campesinas, quienes cada domingo se acercaban para compartir con Jon Cortina el Evangelio de Dios vivo en la tierra.

Esa mañana parecía preocupado. Algo le inquietaba, pero no comentó nada. Su homilía hizo hincapié en denunciar hechos que estaban ocurriendo en la comunidad como los robos y la venta de alcohol. Al finalizar la misa, después de la bendición, estaba de espalda en una esquina del altar, cerca de un cajón rectangular color café, donde colocaba siempre su mochila azul, y mientras se quitaba el alba se dio la vuelta y dijo: “Tengo que decirles algo”. Se quedó callado por un instante como si estuviera pensando cómo decirlo y con una voz pensativa expresó: “No, mejor lo voy a decir en la próxima”. Ese día nunca llegó. Y esas últimas palabras quedaron grabadas en la mente de los guarjileños que aún siguen preguntándose: “¿Qué nos quería contar el padre Jon?”.

Una foto para el recuerdo

Ese 20 de noviembre lo acompañaba en la misa Ainoha Vila Albert, una muchacha de cabello corto que trabaja en el Santuario de Loyola, en España. En esos meses estaba de viaje en El Salvador y había decidido ir con él a Guarjila. Casi siempre, cada visita que tenía la llevaba a conocer la clínica Ana Manganaro, un proyecto de salud comunitaria que nació en los tiempos de guerra y que al. P Cortina  le gustaba que las promotoras, en ese entonces adolescentes, explicaran su experiencia, cómo se construyó la clínica y cómo había ido creciendo el proyecto.

“Después de la misa me pidió que fuéramos a la clínica que quería que la muchacha conociera el proyecto”, recuerda Marleny Cruz, de 37 años de edad, quien vio crecer el centro de salud. “Fuimos la Estela y yo. Explicamos el proyecto y todo lo que juntos, como comunidad, habíamos logrado. A él le encantaba que explicara cómo habíamos construido la clínica”, relata en un tono de alegría. “¡¡Mejor cuente usted padre, que usted se puede más bien la historia!!”, le negó con voz tímida. “Contala vos, que vos también te la podes”, le dijo.

Al final del recorrido por la clínica y el hospitalito y de haber recordado la historia del proceso de salud durante la guerra, ella recuerda que la alegría le brotaba por los ojos. Sus palabras estaban llenas de orgullo y satisfacción. “A él le gustaba decirle a la gente cómo Guarjila había ido mejorando poco a poco”, enfatiza Marleny con un tono de nostalgia.

El P. Jon padecía de la presión y el corazón. Ese mismo día, le pidió a Marleny que le tomara la presión. ’“La tiene bien, padre”. “Vaya mirá, y no he tomado los medicamentos una semana”, me dijo. “¡¡¡¡¿Qué dice padre?, ¿una semana?!!!”, le pregunté asustada. “Sí, una semana no los he tomado. Me fui para Estados Unidos y se me olvidó llevarlos”, me dijo. “¡¡Ay padre, no tiene que ser así. El medicamento siempre tiene que tomarse. Sabe el riesgo que corre al no tomárselo”, le dije preocupada. “Sí sé, pero vos que de qué te preocupás. Mirá como estoy y sin tomármelos”, me lo decía, mientras hacía el gesto que estaba fuerte’, narra Marleny. “La verdad es que el padre se confiaba demasiado. No se preocupaba  mucho por él, sino que por los demás”, enfatiza mientras, su mirada se pierde en el tiempo y recuerda la última vez que habló con él.

Además de ese recuerdo intacto de esa última vez, guarda con mucho cariño entre su álbum una fotografía que se tomaron enfrente de la clínica. “Nos tomamos esta foto. Se puso él en medio y la Estela y yo lo abrazamos. Como si presentíamos que iba a ser la última vez”, cuenta con voz entrecortada, mientras sus lágrimas incontrolables rodaban por sus mejillas rosadas.

¡¡ El P. Jon ha tenido un derrame!!

Las seis de la tarde. Sonó el teléfono. Era yo quien lloraba inconsolable sin poder explicarle a mi madre lo que me pasaba. ’“¡Mami!, el viejito está grave. Ha tenido un derrame cerebral en Guatemala”, me dijo entre lágrimas. “¿Cómo?”, le pegunté sin caer en cuenta de lo que me decía.  “¿qué dice?”. “Si, mami, está muy mal”. Y me colgó”’. Así recuerde ese momento Santos Rivera, mi mamá. Una mujer de aspecto humilde y cariñosa, quien ha esa hora de la tarde se disponía asistir a la misa de jueves.

“Estaba asustada. No podía creer que le estuviera pasando eso al P. Jon, ¿por qué?”, se preguntaba. En ese momento se lo comentó al resto de la familia y se fue a misa. Mientras caminaba a paso rápido, con una voz de angustia les decía a los vecinos: “¡Vamos a misa, tenemos que pedir por la salud del P. Jon!”. Algunos no prestaban mucha atención. Otros, cuando oían el nombre de Jon, se detenían a preguntar: “¿Qué dice?, ¿qué le pasa al padre”. Y al escuchar se quedaban comentando entre ellos y salían a decírselo al resto de la familia, los vecinos o a llamar por teléfono a los hijos en Estados Unidos o los amigos.

Mientras, mamá les contaba a todo el que encontraba, el camino se hizo largo. La misa había empezado. Eran casi las siete de la noche. “Llegué a la Peñona, una piedra grande que desde que repobló Guarjila en 1987 está ahí y sirve de asiento para todo aquel que quiera descansar un rato, vi que la misa ya iba por la mitad. Así que preferí no llegar”. La  Niña Jesús Guardado, esposa de Don Evelio, estaba ahí y le comentó lo que pasaba. En eso vio que venía subiendo la calle del parque Sonia, hermana de Marleny Cruz, la enfermara de la clínica. Y le preguntó: “¿La Marle está en la casa?”-“Sí”, le contestó Sonia. “Es que al Padre le ha dado un derrame”. “¡No le creo!”, le replicó asustada.

Las siete de la noche. Marleny estaba con su hija Mery cenando. Mi mamá llegó a su casa. Marleny la vio preocupada y creyó que alguien de su familia estaba enfermo o quizás ella. ’“Entre, venga a sentarse”, le dije. Se sentó en una hamaca y le pregunté: “¿qué le pasa?”. “Ay, Marle, al Padre Jon le ha dado un derrame”, me dijo. En ese momento sentí un escalofrío fuerte en mi cuerpo. ¡¡No lo podía, ni lo quería creer!! Y lo primero que se me ocurrió “¿Debemos ir a Guatemala a verlo? Él nos necesita. ¡Vamos, niña Santos!”, le dije preocupada y llorando”’

Marleny por sus conocimientos de medicina, sabía que un derrame cerebral era muy delicado. Y la vida de P. Jon Cortina estaba en peligro, pues difícilmente una persona puede sobrevivir a una situación como esa. Pero prefirió no comentárselo a mamá. Las dos lloraron sin encontrar consuelo ni explicación de lo que había pasado. “¿Por qué él, si es tan bueno”?, le preguntaban a Dios.

La enfermera se quedó en su casa con su hija. La comida estaba fría. El hambre se les había quitado y la mesa quedó servida. “Nos pusimos a rezar, era lo único que podíamos hacer en ese momento”. Ella sabía que su estado era delicado, pero guardaban en lo más profundo de su corazón la fe y la esperanza de que se salvaría. “¡Él es fuerte y va a salir de esta!”, decía manteniendo la fe.

Mi madre Santos se fue a la casa de las Oblatas del Sagrado Corazón de Jesús. La Hermana Rosa Emilia Mauricio, “Mila”, como todos le decimos de cariño, estaba en su casa con el rostro angustiado y triste. Su mirada callada y perdida en una incógnita. “¿Cómo le pudo pasar esto a Jon?”. Ella ya lo sabía.  En la misa, Armando Marín, quien había recibido una llamada telefónica de Maricarmen Cruz, catedrática de la UCA, le había dado la noticia.

Todo Guarjila estaba enterado de lo que le había sucedido al P. Jon Cortina en Guatemala, mientras participaba en una conferencia de Derechos Humanos. Fue una noticia fuerte. Nadie se la esperaba. La comunidad quedó desconcertada.

Las oraciones por la vida de Jon

La hermana Mila, una religiosa de carácter amoroso y sonriente, recuerda esos días como si fuera ayer. Y al hablar de Jon Cortina no puede evitar que sus ojos alegres se llenen de lágrimas y sus palabras cargadas de sentimientos se hagan notar. Aquella noticia marcó para siempre su vida. Jon Cortina era su gran amigo y le había inspirado profundamente en su vida religiosa. Su opción por los pobres y su compromiso por la verdad y la justicia en El Salvador le motivaban a seguir su ejemplo.

Para hermana Mila, los 19 días en los que el sacerdote jesuita estuvo en coma fueron un novenario de sufrimiento e incertidumbre. “Era impresionante ver cómo venían, desde tempranas horas de la mañana, niños, jóvenes, ancianos, hombres y mujeres que lloraban preguntándome ¿qué sabía del Padre Jon?”, recuerda al momento que baja su mirada entristecida.

En esos días la casa de las religiosas se había convertido en el centro de información.  Hermana Mila, quien era la única Oblata que se encontraba en ese momento en Guarjila, recibía a través de llamadas telefónicas y correos electrónicos las noticias sobre los avances de la salud del P. Jon, hospitalizado en Nuestra Santísima Señora del Pilar en Guatemala. Es por ello que la gente llegaba cada día, sin importar la hora a preguntarle por él y a refugiar en ella  el dolor y la desesperación que sentían.

“Era como un noticiero. Yo asumí ese papel en vista a la situación de dolor que la gente iba experimentando con la preocupación que el padre Jon se podía morir. Venían y me decían: ’Y si el Padre Jon se muere ¿qué vamos a hacer?’ Yo personalmente me aferré a pensar que Jon no debía morirse. Entonces, le propuse a la gente que nos reuniéramos en la capilla para pedirle a Dios un milagro: su salud”, cuenta la hermana, convencida de que así como Dios había podido sanar al paralitico, al leproso y al ciego, así también podía curar del derrame cerebral al P. Jon.

Desde el 26 de noviembre, todo Guarjila se unió en oración por la salud del jesuita. Cada día, a partir de las seis de la tarde hasta las 10 ó 11 de la noche, la capillita, en la que él oficiaba la Santa Misa, estaba repleta de gente, quienes llegaban con fe en el corazón y en los labios pidiéndole a Dios un milagro. Era tan grande el amor que le tenían que el dolor y la incertidumbre les unía en una misma plegaria. Todos de pie frente al altar cantando y orando por su vida.

Una noche antes de su cumpleaños, el 07 de diciembre, hermana Mila invitó a la comunidad a hacer una oración especial. Pidió que pasaran alrededor de altar y se tomaran fuerte de las manos. Y les indicó: “Hoy vamos a hacer una oración para transmitirle energías positivas a Jon; vamos a proyectar nuestro cerebro al cuerpo de Jon para que mañana, que es su cumpleaños, tengas fuerzas para vivir”, les motivaba con una convicción firme y llena de fe. En ese momento, tanto los niños, los jóvenes como los adultos cerraron sus ojos y en su mente gritaban: “Padre Jon, tiene que vivir, lo necesitamos”. Así, esa noche le mandaron hasta Guatemala todas sus energías y muestras de cariño para que al día siguiente, cuando cumpliría 71 años de vida, estuviera mejor.

Su cumpleaños número 71

Cada 8 de diciembre los guarjileños, a buenas cuatro de la mañana, nos levantábamos con guitarras, poemas cohetes, pancartas, tamales, pan y café, y  nos íbamos a su casa para despertarle y cantarle las mañanitas. Ese día él aún estaba hospitalizado en Guatemala. Sin embargo, no fue impedimento para que sus campesinos chalatecos le celebraran, como siempre, su cumpleaños.

Ese día compartieron juntos una Santa Misa. Le mandaron a hacer un pastelito para presentarlo como ofrenda a Dios por su cumpleaños y un grupo de niños y niñas lo llevó al altar como símbolo que él los quería mucho. Entre lágrimas y sonrisas le cantaron juntos,  a una viva voz, el cumpleaños feliz. Los guarjileños sabían que por su estado delicado de salud no podían ir a visitarlo a Guatemala, pero le cantaron como si él estuviera ahí. El P. Jon tenía que sentir, aún con su derrame, un cumpleaños feliz.

Ese mismo día habían recibido noticias alentadoras de su salud. “Nos avisaron que estaba reaccionando, que había movido un dedo. Todos creíamos que eran nuestras oraciones y que él se salvaría. Estábamos convencidos de que Dios nos haría el milagro”, cuenta hermana Mila.

Sin embargo, el 12 de diciembre a las nueve de la mañana, mientras hermana Mila preparaba su desayuno, sonó el teléfono. Era el P. Miguel Vásquez, párroco de Arcatao, quien le llamaba para informarle: “Mila, Jon se nos fue”. Se quedó helada. Sintió que el corazón se le rompía en mil pedazos. No comprendía lo que Dios había hecho y empezó a cuestionarlo: “¿Por qué hiciste esto?, ¿por qué no nos hiciste el milagro?, ¿qué vamos a hacer sin Jon en esta comunidad?”, le preguntaba sin encontrar respuesta al dolor que sentía.

En ese momento salió corriendo a la casa de Aparicio Franco, conocido por todos como “Don Ticho” y con una voz de angustia y dolor le dijo: “Ticho, Jon ha muerto. Toque la campana sin parar para convocar a la comunidad y darles la noticia”. La campana sonó por más de una hora. El corazón de Guarjila se había parado. El hombre que nos supo amar y dejarse amar había muerto. Nadie lo podía creer ni lo quería creer. Ya no estaba con nosotros. El P. Jon se nos había ido.

Eran como las 10 de la mañana. A esa hora yo terminaba mi último parcial de mi primer año de Comunicación Social en la UCA. Era de Historia II, con el Lic. Luis Armando González. Yo trataba de contestar a las preguntas, pero no lograba concentrarme. Una angustia inexplicable me ahogaba. Al finalizar mi parcial, salí corriendo en busca de un ciber café. Necesitaba revisar mi correo electrónico para saber cómo seguía la salud del Padre Jon.

Mientras caminaba hacia el ciber encontré a mis amigos David Humberto Cruz y Karla Briones. Karlita me pidió que la acompañara a la YSUCA. No quería ir porque necesitaba ver mi correo. Pero ella insistió y me dijo: “Después vas, primero acompáñame a la radio”. Fui. Al llegar, en la entrada estaba el Lic. Carlos Ayala, director de la YSUCA, y preguntó: “¿Alguien quiere dar un testimonio sobre Jon Cortina?”, “¿sobre qué?”, le pregunté. “¿Qué no saben que ha muerto?”, interrogó sorprendido.  Nadie le contestó nada. Mis amigos me volvieron a ver sin saber qué decirme. Empecé a llorar sin consuelo. Sentía que el corazón me lo estrujaban, un dolor fuerte no me dejaba respirar. No quería aceptar lo que había escuchado. No lo quería creer.

Salí casi corriendo de aquel lugar. Me fui a la capilla a llorar y pedirle una explicación a Dios: “¿por qué lo hiciste?, ¿por qué si era tan bueno?, ¿si todavía le hacía falta mucho por hacer?, ¿por qué te lo llevaste cuando apenas empezaba mi carrera en la universidad?, ¿por qué no esperaste a que me viera graduada? ¿Qué voy a hacer sin él?, le preguntaba. Ese día cuestioné mucho a Dios por su decisión de llevárselo.  Esa mañana la capilla fue testigo del dolor y la orfandad que sentía.

Es esa misma capilla en la que hoy está enterrado su cuerpo, junto al resto de sus compañeros jesuitas. Cada vez que me siento sola y necesito hablar con él, como lo hacía cuando iba a verlo a su oficina, me refugio ahí.  Sé que me escucha con cariño y paciencia y de alguna forma obtengo respuesta a lo que le pregunto. Él, al igual que Monseñor Romero y el resto de sus compañeros jesuitas, sigue siendo en mi vida y en mi carrera profesional una fuente de inspiración para seguir trabajando y luchando por un país más justo y humano.

GSJC a la mostra d'entitats de Llefià 2011

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30 anys de l'assassinat de Monsenyor Romero

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'He esperado este día toda mi vida'

'He esperado este día toda mi vida'

Pensó que nunca iba a llegar un día como este. La salvadoreña María Elsy Dubón había contado la historia de su niñez rota en más de una ocasión pero, siendo el propio Estado quien la arrancó de su familia hace tres décadas, pensó que nunca lo haría ante una Primera Dama, ante un ministro de Relaciones Exteriores, ante una presidenta del Consejo Nacional de Seguridad Pública.

Tras los Acuerdos de Paz firmados en El Salvador en 1992, Elsy –35 años, fornida, piel clara, ojos oscuros– fue uno de los primeros rencuentros que logró la Asociación Pro-Búsqueda, una ONG fundada por el jesuita vasco-salvadoreño Jon Cortina con la idea de reunificar las familias quebradas durante el conflicto armado.

Pro-Búsqueda acumula más de 800 casos de separaciones forzadas, la mayoría protagonizados por que el Ejército salvadoreño. Casi la mitad han sido resueltos, a pesar de la oposición de los distintos gobiernos de derecha que se sucedieron hasta el año pasado. Actos como la conmemoración del ’Día de la Niñez Desaparecida’ eran hasta este sábado eventos íntimos, sin funcionarios de primer nivel, sin apenas difusión. Hoy cambió.

"Lo que les voy a contar es la página la más triste de mi vida; 28 años han pasado desde aquel día de angustia y dolor…", inició su relato Elsy cuando se subió a la tarima, en el céntrico parque Cuscatlán de San Salvador. A sus espaldas, decenas de retratos de niños de los que aún se desconoce su paradero. Delante, por primera vez, una digna representación del Estado.

Un día especial

Durmió bien la noche anterior Elsy. Se despertó a las 6 de la mañana, desayunó, se duchó, se enfundó unos jeans y una camiseta con el logo de la ONG, y se vino para el parque a las siete. Hasta que comenzaron a llegar las autoridades, a eso de las nueve y media, ayudó a inflar globos y a instalar sillas y pancartas.

No trajo nada anotado. Todo lo llevaba en la cabeza porque "cuando se habla con el corazón, nada puede pasar". Cree con firmeza en las palabras que les dijo el padre Jon Cortina, fallecido en 2005. En más de una ocasión les comentó que cuando muriera, instalaría su oficina en el cielo, y desde allá los seguiría ayudando.

Pasadas las 10 y media de la mañana, Elsy fue llamada a la tarima. Se paró firme, el orgullo en la mirada, como si en verdad el padre Jon Cortina la observara. Y comenzó a contar la página más triste.

Corría 1982, prácticamente en los inicios de la guerra, cuando el Ejército organizó un operativo en el caserío Cerrón Grande de Chalatenango, al norte del país. Ella tenía siete años. La familia –padre, madre, hermanos– huyó a refugiarse los bosques, como casi todas, pero cayeron en una emboscada que fragmentó el grupo.

A Elsy, en brazos la cargaba su padre, y en la confusión, ambos se separaron del resto del grupo. Caminaron hasta que dieron con un par de casas abandonadas. El padre la dejó en el suelo, se adelantó un poco y de una de la casa le dispararon. Herido pero con vida, fue torturado delante de ella, le cortaron la cabeza y la clavaron en una estaca. A Elsy le dieron una pastilla y la venció el sueño.

Orfandad forzada

Entre 1982 y 1994 estuvo en calidad de huérfana en la sede de Aldeas SOS en la ciudad de Santa Tecla, cerca de la capital. Le inventaron una identidad, le pusieron más edad, le cambiaron los nombres de los padres. Pero ella tenía 7 años cuando la arrancaron de su familia y los recuerdos suficientes como para contarlos cuando los colaboradores de Pro-Búsqueda le preguntaron que contara su historia.

"Ésta es la primera vez que el Gobierno se suma a la conciencia de que se violaron nuestros derechos y que hace énfasis en que se va a reparar el daño que nos hicieron", dijo Elsy, firme pero nerviosa por los sentimientos encontrados. Entre el público, la madre de la que estuvo separada 12 años, una anciana canosa, delgada y vestida de celeste.

Cuando terminó de hablar y bajó de la tarima, las dos se fundieron en un abrazo anónimo.

Con el nudo en la garganta por el testimonio de Elsy, llegaron las palabras del canciller, las de la Primera Dama. El anuncio de que, atendiendo al llamado presidencial hecho el pasado 16 de enero, ya está a punto de comenzar a dar sus primeros pasos la Comisión Nacional de Búsqueda de Niños y Niñas Desaparecidos recién creada.

"Este Gobierno no tiene problemas en rescatar la memoria histórica", dijo con su marcado acento brasileño la Primera Dama y también Secretaria de Inclusión Social, Vanda Pignato, en clara alusión al inmovilismo –cuando no oposición– mostrado por los gobiernos predecesores.

Pasadas las 11 y media, cuando la Primera Dama y su comitiva se retiraba, quiso primero despedirse de Elsy. "¿La familia con la que te rencontraste está aquí?", le preguntó. Le respondió que estaba su madre. Y se acercaron a hablar sobre la comisión y sobre la ley de compensación a las víctimas que Pro-Búsqueda promueve. Después, la despedida.

Este sábado 27 de marzo fue un día especial para Elsy, el más esperado de toda su vida, dijo. "La lucha del padre Jon Cortina y de tantos familiares nunca desfalleció, a pesar de que muchas veces fueron ignorados, pero nunca perdieron la esperanza de que llegara un día como hoy".

 

Roberto Valencia. Crónica publicada el 28 de marzo de 2010 en www.elmundo.es

 

ALS 30 ANYS DEL MARTIRI DE SANT ROMERO

Cel.lebrar un Jubileu del nostre Sant Romero d’Amèrica, és cel.lebrar un testimoni que ens contagia de profecia, és assumir amb compromís les causes, la causa, per las quals el nostre San Romero és màrtir. Ell és un gran testimoni en el seguiment del Testimoni Major, el Testimoni fidel, Jesús. La sang dels màrtirs és aquell calze que tots, totes, podem i hem de beure. Sempre i en totes les circumstàncies, la memòria del martiri és una memória subversiva.

Trenta anys han passat d’aquella Eucaristia plena a la Capella del “Hospitalito”. Aquell dia el nostre sant ens va escriure: “Nosotros creemos en la victoria de la resurrección”. I moltes vegades havia dit profetitzant un temps nou, “si me matan resucitaré en el pueblo salvadoreño”. Amb totes les ambigüitats de la història en procés, el nostre Sant Romero està ressuscitant a El Salvador, a la Nostra Amèrica, en el Món.

Aquest Jubileu ha de renovar en tots i totes nosaltres, una esperança, lúcida, crítica però invencible. “Tot és gràcia”, tot és Pasqua, si entrem a tot risc en el misteri del sopar compartit, la creu i la resurrecció.

Sant Romero ens ensenya i ens “cobra” que vivim una espiritualitat integral, una santedat tant mística com política. A la vida diària i en els processos majors de la justícia i la pau, “amb els pobres de la terra”, en la família, al carrer, en el treball, en el moviment popular i en la pastoral encarnada. Ell ens espera en la lluita diària contra aquesta especie de “mara” monstruosa que és el capitalisme neoliberal, contra el mercat omnímode, contra el consumisme desenfrenat. La Campanya de la Fraternitat de Brasil, ecumènica aquest any, ens recorda la paraula contundent de Jesús: “No es pot servir a dos senyors alhora, a Déu i al diner”.

Responent a aquells que, en la Societat i a l’Església, intenten desmoralitzar la Teologia de l’ alLiberament, el caminar dels pobres en comunitat, aquesta altra manera de ser Església, el nostre pastor i màrtir replicava: “hi ha un ateisme més aprop i més perillós per a la nostra Església: l’ateisme del capitalisme quan els bens materials es posen com a ídols i substitueixen a Déu”.

Fidels als signes dels temps, com Romero, actualitzant els rostres dels pobres i les urgències socials i pastorals, hem d’emfatitzar en aquest jubileu causes majors, veritables paradigmes algunes d’elles.

L’ecumenisme i macroecumenisme, en diàleg religiós i en koinonia universal. Els drets dels immigrants contra les lleis de segregació. La solidaritat i intersolidaritat. La gran causa ecològica. (Precisament la nostra Agenda Llatinoamericana d’enguany està dedicada a la problemàtica ecològica, amb un títol desafiador: “Salvem-nos amb el Planeta”). La integració de la Nostra Amèrica. Les campanyes per la pau efectiva, denunciant el creixent militarisme i la proliferació de les armes. Urgint sempre unes transformacions eclesials, amb el protagonisme del laicat, que va demanar Santo Domingo i la igualtat de la dona en els ministeris eclesials. El desafiament de la violència quotidiana, sobre tot en la joventut, manipulada pels mitjans de comunicació alienadors i per l’epidèmia mundial de les drogues.

Sempre i cada vegada més, quant més grans siguin els desafiaments, viurem l’opció pels pobres, l’esperança “contra tota esperança”. En el seguiment de Jesús, Regne endins. La nostra coherència serà la millor canonització de “Sant Romero d’Amèrica, Pastor i Màrtir”.

Pere Casaldáliga

Congrés de Teologia

Congrés de Teologia

Congrés de Teologia de l’Alliberament amb motiu del 30è aniversari de la mort de Monseñor Romero

http://www.uca.edu.sv/notas_enter.php